Derivas Urbanas

Derivas Urbanas
“Caminar no nos lleva en principio a ninguna parte luego nos permite llegar a cualquier lugar.”

1 oct 2014

"Todo viaje es espacial"

Me viene a la memoria el cuento de J.L. Borges "Utopía de un hombre que está cansado" a propósito del primer trabajo sobre -La Página- del texto de G. Perec Especies de Espacios
Como todo recuerdo es impreciso, lo he tenido que buscar por la única frase que me acordaba, la que ha servido de titulo esta entrada: "Todo viaje es espacial" 
Cuando lo encontré (que haríamos sin google) lo volví a leer con fruición, he de reconocer que creí que me había equivocado de autor o quizás de texto hasta que por fin apareció el párrafo:
 "-Además, todo viaje es espacial. Ir de un planeta a otro es como ir a la granja de enfrente. Cuando usted entró en este cuarto estaba ejecutando un viaje espacial."

Utopías, ucronías, mundos que se deshacen, tiempos y espacios maleables, todo cabe en una hoja de papel...

Utopía de un hombre que está cansado
 Jorge Luis Borges

«Llamola utopía, voz griega cuyo significado es no hay tal lugar.»

-Quevedo-


No hay dos cerros iguales, pero en cualquier lugar de la tierra la llanura es una y la misma. Yo iba por un camino de la llanura. Me pregunté sin mucha curiosidad si estaba en Oklahoma o en Texas o en la región que los literatos llaman la pampa. Ni a derecha ni a izquierda vi un alambrado. Como otras veces repetí despacio estas líneas, de Emilio Oribe:
En medio de la pánica llanura interminable. Y cerca del Brasil, que va creciendo y agrandándose. El camino era desparejo. Empezó a caer la lluvia. A unos doscientos o trescientos metros vi la luz de una casa. Era baja y rectangular y cercada de árboles. Me abrió la puerta un hombre tan alto que casi me dio miedo. Estaba vestido de gris. Sentí que esperaba a alguien. No había cerradura en la puerta. Entramos en una larga habitación con las paredes de madera. Pendía del cielorraso una lámpara de luz amarillenta. La mesa, por alguna razón, me extrañó. En la mesa había una clepsidra, la primera que he visto, fuera de algún grabado en acero. El hombre me indicó una de las sillas.
Ensayé diversos idiomas y no nos entendimos. Cuando él habló lo hizo en latín. Junté mis ya lejanas memorias de bachiller y me preparé para el diálogo.
-Por la ropa -me dijo-, veo que llegas de otro siglo. La diversidad de las lenguas favorecía la diversidad de los pueblos y aún de las guerras; la tierra ha regresado al latín. Hay quienes temen que vuelva a degenerar en francés, en lemosín o en papiamento, pero el riesgo no es inmediato. Por lo demás, ni lo que ha sido ni lo que será me interesan.
No dije nada y agregó:
-Si no te desagrada ver comer a otro ¿quieres acompañarme?
Comprendí que advertía mi zozobra y dije que sí.
Atravesamos un corredor con puertas laterales, que daba a una pequeña cocina en la que todo era de metal. Volvimos con la cena en una bandeja: boles con copos de maíz, un racimo de uvas, una fruta desconocida cuyo sabor me recordó el del higo, y una gran jarra de agua. Creo que no había pan. Los rasgos de mi anfitrión eran agudos y tenía algo singular en los ojos. No olvidaré ese rostro severo y pálido que no volveré a ver. No gesticulaba al hablar.
Me trababa la obligación del latín, pero finalmente le dije:
-¿No te asombra mi súbita aparición?
-No -me replicó-, tales visitas nos ocurren de siglo en siglo. No duran mucho; a más tardar estarás mañana en tu casa.
La certidumbre de su voz me bastó. Juzgué prudente presentarme:
-Soy Eudoro Acevedo. Nací en 1897, en la ciudad de Buenos Aires. He cumplido ya setenta años. Soy profesor de letras inglesas y americanas y escritor de cuentos fantásticos.
-Recuerdo haber leído sin desagrado -me contestó- dos cuentos fantásticos. Los Viajes del Capitán Lemuel Gulliver, que muchos consideran verídicos, y la Suma Teológica. Pero no hablemos de hechos. Ya a nadie le importan los hechos. Son meros puntos de partida para la invención y el razonamiento. En las escuelas nos enseñan la duda y el arte del olvido. Ante todo el olvido de lo personal y local. Vivimos en el tiempo, que es sucesivo, pero tratamos de vivir sub specie aeternitatis. Del pasado nos quedan algunos nombres, que el lenguaje tiende a olvidar. Eludimos las precisiones inútiles. No hay cronología ni historia. No hay tampoco estadísticas. Me has dicho que te llamas Eudoro; yo no puedo decirte cómo me llamo, porque me dicen alguien.
-¿Y cómo se llamaba tu padre?
-No se llamaba.
En una de las paredes vi un anaquel. Abrí un volumen al azar; las letras eran claras e indescifrables y trazadas a mano. Sus líneas angulares me recordaron el alfabeto rúnico, que, sin embargo, sólo se empleó para la escritura epigráfica. Pensé que los hombres del porvenir no sólo eran más altos sino más diestros. Instintivamente miré los largos y finos dedos del hombre.
Éste me dijo:
-Ahora vas a ver algo que nunca has visto.
Me tendió con cuidado un ejemplar de la Utopía de More, impreso en Basilea en el año 1518 y en el que faltaban hojas y láminas.
No sin fatuidad repliqué:
-Es un libro impreso. En casa habrá más de dos mil, aunque no tan antiguos ni tan preciosos.
Leí en voz alta el título.
El otro rió.
-Nadie puede leer dos mil libros. En los cuatro siglos que vivo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer sino releer. La imprenta, ahora abolida, ha sido uno de los peores males del hombre, ya que tendió a multiplicar hasta el vértigo textos innecesarios.
-En mi curioso ayer -contesté-, prevalecía la superstición de que entre cada tarde y cada mañana ocurren hechos que es una vergüenza ignorar. El planeta estaba poblado de espectros colectivos, el Canadá, el Brasil, el Congo Suizo y el Mercado Común. Casi nadie sabía la historia previa de esos entes platónicos, pero sí los más ínfimos pormenores del último congreso de pedagogos, la inminente ruptura de relaciones y los mensajes que los presidentes mandaban, elaborados por el secretario del secretario con la prudente imprecisión que era propia del género.
Todo esto se leía para el olvido, porque a las pocas horas lo borrarían otras trivialidades. De todas las funciones, la del político era sin duda la más pública. Un embajador o un ministro era una suerte de lisiado que era preciso trasladar en largos y ruidosos vehículos, cercado de ciclistas y granaderos y aguardado por ansiosos fotógrafos. Parece que les hubieran cortado los pies, solía decir mi madre. Las imágenes y la letra impresa eran más reales que las cosas. Sólo lo publicado era verdadero. Esse est percipi (ser es ser retratado) era el principio, el medio y el fin de nuestro singular concepto del mundo. En el ayer que me tocó, la gente era ingenua; creía que una mercadería era buena porque así lo afirmaba y lo repetía su propio fabricante. También eran frecuentes los robos, aunque nadie ignoraba que la posesión de dinero no da mayor felicidad ni mayor quietud.
-¿Dinero? -repitió-. Ya no hay quien adolezca de pobreza, que habrá sido insufrible, ni de riqueza, que habrá sido la forma más incómoda de la vulgaridad. Cada cual ejerce un oficio.
-Como los rabinos -le dije.
Pareció no entender y prosiguió.
-Tampoco hay ciudades. A juzgar por las ruinas de Bahía Blanca, que tuve la curiosidad de explorar, no se ha perdido mucho. Ya que no hay posesiones, no hay herencias. Cuando el hombre madura a los cien años, está listo a enfrentarse consigo mismo y con su soledad. Ya ha engendrado un hijo.
-¿Un hijo? -pregunté.
-Sí. Uno solo. No conviene fomentar el género humano. Hay quienes piensan que es un órgano de la divinidad para tener conciencia del universo, pero nadie sabe con certidumbre si hay tal divinidad. Creo que ahora se discuten las ventajas y desventajas de un suicidio gradual o simultáneo de todos los hombres del mundo. Pero volvamos a lo nuestro.
Asentí.
-Cumplidos los cien años, el individuo puede prescindir del amor y de la amistad. Los males y la muerte involuntaria no lo amenazan. Ejerce alguna de las artes, la filosofía, las matemáticas o juega a un ajedrez solitario. Cuando quiere se mata. Dueño el hombre de su vida, lo es también de su muerte.
-¿Se trata de una cita? -le pregunté.
-Seguramente. Ya no nos quedan más que citas. La lengua es un sistema de citas.
-¿Y la gran aventura de mi tiempo, los viajes espaciales? -le dije.
-Hace ya siglos que hemos renunciado a esas traslaciones, que fueron ciertamente admirables. Nunca pudimos evadirnos de un aquí y de un ahora.
Con una sonrisa agregó:
-Además, todo viaje es espacial. Ir de un planeta a otro es como ir a la granja de enfrente. Cuando usted entró en este cuarto estaba ejecutando un viaje espacial.
-Así es -repliqué. También se hablaba de sustancias químicas y de animales zoológicos.
El hombre ahora me daba la espalda y miraba por los cristales. Afuera, la llanura estaba blanca de silenciosa nieve y de luna.
Me atreví a preguntar:
-¿Todavía hay museos y bibliotecas?
-No. Queremos olvidar el ayer, salvo para la composición de elegías. No hay conmemoraciones ni centenarios ni efigies de hombres muertos. Cada cual debe producir por su cuenta las ciencias y las artes que necesita.
-En tal caso, cada cual debe ser su propio Bernard Shaw, su propio Jesucristo y su propio Arquímedes.
Asintió sin una palabra. Inquirí:
-¿Qué sucedió con los gobiernos?
-Según la tradición fueron cayendo gradualmente en desuso. Llamaban a elecciones, declaraban guerras, imponían tarifas, confiscaban fortunas, ordenaban arrestos y pretendían imponer la censura y nadie en el planeta los acataba. La prensa dejó de publicar sus colaboraciones y sus efigies. Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos. La realidad sin duda habrá sido más compleja que este resumen.
Cambió de tono y dijo:
-He construido esta casa, que es igual a todas las otras. He labrado estos muebles y estos enseres. He trabajado el campo, que otros cuya cara no he visto, trabajarán mejor que yo. Puedo mostrarte algunas cosas.
Lo seguí a una pieza contigua. Encendió una lámpara, que también pendía del cielorraso. En un rincón vi un arpa de pocas cuerdas. En las paredes había telas rectangulares en las que predominaban los tonos del color amarillo. No parecían proceder de la misma mano.
-Ésta es mi obra -declaró.
Examiné las telas y me detuve ante la más pequeña, que figuraba o sugería una puesta de sol y que encerraba algo infinito.
-Si te gusta puedes llevártela, como recuerdo de un amigo futuro -dijo con palabra tranquila. Le agradecí, pero otras telas me inquietaron. No diré que estaban en blanco, pero sí casi en blanco.
-Están pintadas con colores que tus antiguos ojos no pueden ver.
Las delicadas manos tañeron las cuerdas del arpa y apenas percibí uno que otro sonido. Fue entonces cuando se oyeron los golpes.
Una alta mujer y tres o cuatro hombres entraron en la casa. Diríase que eran hermanos o que los había igualado el tiempo. Mi anfitrión habló primero con la mujer.
-Sabía que esta noche no faltarías. ¿Lo has visto a Nils?
-De tarde en tarde. Sigue siempre entregado a la pintura.
-Esperemos que con mejor fortuna que su padre.
Manuscritos, cuadros, muebles, enseres; no dejamos nada en la casa.
La mujer trabajó a la par de los hombres. Me avergoncé de mi flaqueza que casi no me permitía ayudarlos. Nadie cerró la puerta y salimos, cargados con las cosas. Noté que el techo era a dos aguas.
A los quince minutos de caminar, doblamos por la izquierda. En el fondo divisé una suerte de torre, coronada por una cúpula.
-Es el crematorio -dijo alguien-. Adentro está la cámara letal. Dicen que la inventó un filántropo cuyo nombre, creo, era Adolfo Hitler.
El cuidador, cuya estatura no me asombró, nos abrió la verja.
Mi huésped susurró unas palabras. Antes de entrar en el recinto se despidió con un ademán.
-La nieve seguirá -anunció la mujer.



En mi escritorio de la calle México guardo la tela que alguien pintará, dentro de miles de años, con materiales hoy dispersos en el planeta.

30 sept 2014

Algunos proyectos del curso 2013/14

Curso 2013/14
Breve muestra de algunos proyectos realizados en el curso:
Grupo 6

Enlace: Wearing the city

Grupo 2


Enlace: Proyecto la Ciudad

Microproyectos


Enlace: Publicación Microproyectos

23 may 2014

Exactitud



Descubrí a Miyoko Shida cuando un buen amigo me mandó un mail con un link a un portal americano que exhibe videos curiosos. 

Escribía: 
Te va a interesar...

Lo curioso es que a través del portal americano, me entero que Miyoko Shida realizó la performance en el  programa de TV española "Tú Sí Que Vales". Es un programa que no veo, pero que como en este caso, a veces salta la sorpresa y se produce un verdadero descubrimiento que va más allá del espectáculo banal.

Miyoko Shida es discípula de Mädir Eugster (Artista, Inventor, Director de Rigolo suizo Nouveau Cirque) desde 1996 a  2011. Para su circo creó y realizó muchas performances  relacionadas siempre con el equilibrio a las que denominó Sanddornbalance.

Cuando esta bailarina y coreógrafa de danza japonesa, que vive en Paris, trabaja en Sanddornbalance, se hace llamar Miyoko Shida Rigolo, en homenaje a su maestro.

Su trabajo me lleva a un texto que recomendé en clase: 

Seis propuestas para el próximo milenio.
Libro sencillo, claro, abundante en citas y, sobre todo, abierto en las propuestas: no solo lo que escribe Calvino es importante, tanto o más, las preguntas que suscita. 
Muy Recomendable.


Italo Calvino murió en 1985, en Italia. Tiempo antes de su muerte, la Universidad de Harvard (tal como había hecho con Borges, T.S. Eliot y Octavio Paz, entre otros) le había encargado una serie de conferencias para las Norton Lectures, que habría dictar en territorio estadounidense. Calvino comenzó así la redacción de lo que llevaba el título de Six memos for the next millenium, un conjunto de seis conferencias que incluían los seis “valores que se han de salvar” en la literatura del siglo XXI. Los valores escogidos por Calvino salen de su doble naturaleza de apasionado lector y de escritor experimental, mostrando con estas seis propuestas que solo del conocimiento de lo clásico y de las formas “correctas” nace lo experimental y lo “incorrecto”. Vuelvo a MiyoKo Shida, para relacionar su trabajo con dos de los "valores que se han de salvar " por Calvino: la Exactitud y la Visibilidad.

Calvino, comienza su tercera conferencia titulada Exactitud, con la siguientes palabras:
"Para los antiguos egipcios el símbolo de la precisión era una pluma que servía de pesa en el platillo de la balanza donde se pesaban las almas. Aquella pluma ligera se llamaba Maat, diosa de la balanza. El jeroglífico de Maat indicaba también la unidad de longitud, los 33 centímetros del ladrillo unitario, y también el tono fundamental de la flauta."
Enemigo de la vaguedad, se preocupa porque le parece que “el lenguaje se usa siempre de manera aproximativa, casual, negligente.” Debido al influjo de los medios de comunicación masiva (mass-media), hay una dilución de los significados y homogenización de las posibilidades expresivas,  la cual debe ser contrarrestada por la literatura. Lo podríamos extender a cualquier manifestación artística.
Según Calvino, no se puede ser vago en las descripciones, paradójicamente, hasta las descripciones de la vaguedad pueden ser claras y precisas. "El poeta de lo vago puede ser solo el poeta de la precisión, que sabe captar la sensación más sutil con ojos, oídos, manos, rápidos y seguros." Poniendo como ejemplo la obra de Leopardi, Mallarmé, Baudelaire, Poe, Valery, Musil y el estudio de su propia obra, Calvino confiesa una “predilección por las formas geométricas, por las simetrías, por las series, por la combinatoria, por las proporciones numéricas…”; y agrega: “no hay límite a la minuciosidad con que se puede contar la historia más sencilla.” Trae a colación una de las metáforas más fecundas para los que nos interesamos en los modelos que subyacen a los mecanismos de la creación: El modelo del Cristal y el de la Llama:
"Entre los libros científicos en los que husmeo en busca de estímulos para la imaginación, he leído recientemente que los modelos del proceso de formación de los seres vivientes son «por un lado el cristal (imagen de invariabilidad y de regularidad de estructuras específicas), y por otro la llama (imagen de constancia de una forma global exterior, a pesar de la incesante agitación interna)».
(…)
Lo que me interesa ahora es la yuxtaposición de estas dos figuras,(…) 
Cristal y llama, dos formas de belleza perfecta de las cuales no puede apartarse la mirada, dos modos de crecimiento en el tiempo, de gasto de la materia circundante, dos símbolos morales, dos absolutos, dos categorías para clasificar hechos, ideas, estilos, sentimientos. Me referí hace un momento a un partido del cristal en la literatura de nuestro siglo; creo que se podría establecer una lista similar para el partido de la llama. Siempre me he considerado partidario del cristal, pero la página que acabo de citar me enseña a no olvidar el valor que tiene la llama como modo de ser, como forma de existencia. Quisiera igualmente que quienes se consideran partidarios de la llama no pierdan de vista la calma y ardua lección de los cristales." 

En su cuarta lectura Visibilidad, Calvino señala dos tipos de procesos imaginativos: el que parte de la palabra y llega a la imagen (esa especie de “cine mental” que filmamos al leer), y el proceso que nos lleva de la imagen a la elaboración con palabras.
Calvino afirma que, al idear un relato, “lo primero que acude a mi mente es una imagen (…) cargada de significado, aunque no sepa formular ese significado en términos discursivos…”. Siendo así las cosas, Calvino rescata la visibilidad como valor debido a que cada vez es más rara “la capacidad de enfocar imágenes visuales con los ojos cerrados”, mucho de ello provocado por el bombardeo desmedido de imágenes televisivas.


Pues bien el Sanddornbalance, de Miyoko Shida Rigolo, constituye un magnífico ejemplo no literario de los valores que defiende Calvino. Por un lado la visibilidad omnipresente en internet permite acercarse a una obra donde todo parece físicamente imposible, por otro, la exactitud supone una disciplina y un trabajo duro hasta lograr la "perfección". El Sanddornbalance es el arte de hacer visible por medio de la exactitud fuerzas invisibles como la gravedad transformada en pegamento poderoso, sólo con el equilibrio conseguido entre unas ramas de palma y una pluma.
Trece ramas de palma se superponen sin ningún tipo de ayuda, la gravedad y el equilibrio encontrado son las únicas condiciones aceptadas. 
Como el arte Zen nos enseña a equilibrar las piedras más grandes con las piedras más pequeñas, la búsqueda del equilibrio requiere extrema paciencia y humildad, el olvido del paso tiempo, ser consciente de la naturaleza completa del lugar donde se trabaja, el silencio y la concentración. El equilibrio alcanzado parece inferir al cuerpo y  a la mente un estado de gracia perfecta.
Sin embargo,  al final, cuando se ha completado el trabajo se pone en evidencia lo precario que es el equilibrio creado. La retirada de la pluma será suficiente para romper irremediablemente el sistema de complejos equilibrios alcanzados. 
Adrian Gray, Michael Grab, Walter Sieber, Tom ShannonKent AveryBill Dan, son algunos artistas que trabajan también con el pegamento de la gravedad.

http://www.youtube.com/watch?v=K6rX1AEi57c&list=LLVTnozowqGRthafIm8iByeA&feature=share

24 abr 2014

Para los que todavía un dibujo os hace temblar...

Recomiendo la entrada que he dejado en el blog "El Lápiz..." sobre las ilustraciones de Alejandra Acosta. No puedo evitar la comparación de estos "humildes" trabajos con muchas de las "ocurrencias" del fenómeno del ARTE con mayúsculas. Entresaco una cita del libro de Jean Rolin, " El rapto de Britney Spears"

“… la inauguración de una bola blanca que un artista de origen italiano había colocado en el tejado de dicho establecimiento y que se encendía, haciendo alarde de humildad, cuando él estaba en la ciudad mientras que cuando el artista estaba lejos permanecía apagada. Que una gilipollez de ese calibre pudiera considerarse una obra de arte a Wendy la hacía reír a carcajadas, y a mí también.”

“Hace ya mucho tiempo, como unos dos mil años…”,




1 abr 2014

Textos e ilustraciones


Es un libro comic ilustrado por Judy Groves con técnicas de diagramación muy simples e ilustraciones de origen fotográfico sobre-expuestas alternando con dibujos a Tinta Negra.









18 mar 2014

Sobre la memoria: Sans Soleil de Chris Marker

El lunes pasado visionamos la maravillosa película de Agnes Varda La espigadora y el próximo lunes estudiaremos la película Sans Soleil (1983) de Chris Marker.



El título Sans soleil está tomado de un ciclo de canciones de Mussorgsky. La película constituye una reflexión sobre la naturaleza de la memoria humana, y su incapacidad para rememorar los matices y los contextos de nuestros recuerdos. Partiendo de un material documental y grabaciones propias, a través del montaje, muestra la ficción que hay detrás de la percepción de las historias personales y globales.
Chris Marker realiza un trabajo en solitario, filma, graba el sonido,compone la música y edita el montaje, y muestra cómo los materiales de la creación se sustentan en un impulso, una idea que rastrear, un camino que en todo caso habrá que recorrer sin saber cuál será la solución final.




26 feb 2014

Sé cuánto lamentas no haber llevado un libro en la mano.



Cuando cerraron las puertas

El vagón estaba semi vacío. O semi lleno. Todos ibais sentados y quedaban asientos sin ocupar. La gente leía, pero de eso te diste cuenta cuando el tipo del impermeable desfasado, el sombrero percudido y la antigua maletita de cuero marrón claro se levantó de su sitio y se sentó al lado del señor que estaba casi exactamente frente a ti, leyendo a Bradbury. Un hecho a todas luces excepcional: nadie lee a Bradbury en el metro. 

El de la maleta le sonreía descaradamente al lector de Bradbury, quien tardó un instante en desconcentrarse y en mirar la sonrisa del hombre de la gabardina, quien hurgó en su maleta y extrajo un libro. El desconcertado bradburyano vio esa acción de reojo, pero enfrentó su mirada al comprobar que el viejo  no dejaba de blandir un libro a esacasos centímetros de su cara, invitándole con descaro a que reparara en él. Tú también lo hiciste. Era una colección de cuentos de Arthur Machen, con la portada bastante maltratada por el uso. El hombre del sombrero hizo que Bradbury cogiera el libro de Machen. Lo consiguió sin emitir sonido. Comprendiste enseguida que se lo estaba regalando, y que después de un ligero gesto que mezclaba amabilidad, agradecimiento y no puedo aceptarlo, Bradbury lo cogió. 

Entonces el viejo se levantó maleta en mano y fue a sentarse a la vera de la chica que leía a tu lado. Reparaste en que la chica leía -no puede ser, pensaste- a Cheever: Crónica de los Wapshot. La chica no había observado lo que acababa de ocurrir frente a sus ojos hacía un momento, con Bradbury. Eso, o disimuló muy bien. El del sombrero puso sonriente ante los ojos de la chica un ejemplar usado de Catedral, de Raymond Carver. La chica levantó la mirada de Cheever y la posó en Carver, y, enseguida, en el señor Maleta. Hay sonrisas que convencen a la primera, se sobreponen a todo, deshacen malentendidos, seducen hipnóticamente. La chica Cheever tenía ya en sus manitas una Catedral. El viejo de los libros pareció incorporarse con apremio. Se dirigió hacia la puerta donde, apoyado contra una de las hojas de la misma, un chico, un joven, leía Vidas minúsculas, de Alfred Polgar.

El tren comenzó a desacelerar, a entrar en la estación de La Latina. Cuando se abrieron las puertas, el chico, además del de Polgar, tenía otro libro en sus manos: La habitación del poeta, de Robert Walser, sin contraportada, te pareció. Cuando se cerraron las puertas, el viejo caminaba sonriente por el andén en dirección a vete a saber dónde. El señor Bradbury, la chica Cheever, el chico Polgar y tú, el Iletrado Imperdonable, lo seguisteis con la mirada hasta que el túnel os tragó otra vez. Juras que así fue como ocurrieron las cosas. Tardaste dos estaciones en darte cuenta de que también tú tenías que haberte bajado en La Latina. ¿Qué me habría dejado el de la maleta si yo hubiera viajado con el Doctor Pasavento, de Vila-Matas, por ejemplo? -pensaste. 

Sé cuánto lamentas no haber llevado un libro en la mano.

Roberto Villar



















Walker Evans,  Then Subway Portraits, 1938 

22 feb 2014

“Conquistador de lo Inútil”


Klaus Kinski en una escena de Fitzcarraldo

Cada vez me interesan más personajes como el director de cine Werner Herzog, su posición ante la enseñanza la resume sutilmente Lao-tse: 
Cada vez aprendemos más, pero sabemos menos.
o este Ejercicio de redacción escrito por un niño y que se conserva en el Museo Pedagógico de París. El tema propuesto era: describir un mamífero o un ave.

El pájaro del que voy a hablar es él búho. El búho no ve de día y de noche es más ciego que un topo. No sé gran cosa del búho, así que continuaré con otro animal que voy a elegir: la vaca.

La vaca es un mamífero. Tiene seis lados: el de la derecha, el de la izquierda, el de arriba, el de abajo. El de la parte de atrás tiene un rabo, del que cuelga la brocha. Con esta brocha se espantan las moscas para que no caigan a la leche. La cabeza sirve para que le salgan los cuernos y, además, porque la boca tiene que estar en alguna parte.

Los cuernos son para combatir con ellos. Por la parte de abajo tiene la leche. Está equipada para que se la pueda ordeñar. Cuando se le ordeña, la leche viene y ya no para nunca. ¿Cómo se las arregla la vaca? Nunca he podido comprenderlo, pero cada vez sale con más abundancia.

El marido de la vaca es el buey. El buey no es mamífero. La vaca no come mucho, pero lo que come, lo come dos veces, así que ya es bastante. Cuando tiene hambre, muge, y cuando no dice nada, es que está llena de hierba por dentro. Sus patas le llegan hasta el suelo. Las vacas tienen el olfato muy desarrollado, por lo que se las puede oler desde muy lejos. Por eso es por lo que el aire del campo es tan puro.

Werner Herzog detesta los estudios académicos sobre cine, los considera una enfermedad  y recomienda a los futuros cineastas que se alejen de las escuelas de cine: Hagan sus maletas y escapen, huyan lo más rápido que puedan. En lugar de estar en una escuela trabajen como conductor de un taxi o guardaespaldas en un club porno. Ganen dinero para hacer una película. Un cineasta se nutre de la sabiduría de las calles y los caminos, algo que no se aprende en las escuelas de cine. Así que les aconseja viajar a pie, porque el mundo se revela a aquellos que viajan caminando. Viajen a pie, eso tiene más valor que cuatro años en una escuela de cine, aunque nunca he estado en una. Eso sí, que lean, pero no libros sobre (hacer) cine, sino poesía o aquellos que descubran y revelen la hondura del mundo.

Hace unos tres o cuatro años Herzog abrió una escuela de cine en Los Ángeles -donde vive- con el formato de seminarios de fin de semana que se celebran donde puede: la Werner Herzog's Rogue Film School, algo así como la escuela de cine vagabunda o peregrina (o pícara o pirata) de Werner Herzog. No se imparte ningún tipo de enseñanza técnica, es una escuela para los que han viajado a pie, han mantenido el orden en un prostíbulo o han sido celadores en un asilo mental. En pocas palabras, para los que tienen un sentido poético. Para los peregrinos. Para los que pueden contar un cuento a un niño de cuatro años y mantener su atención, para los que sienten un fuego en su interior.

La Rogue Film School no se parece a ninguna escuela de cine: se parece a Herzog -y al cine de Herzog, claro-; y no tiene nada de extraño.
Ejemplo de sus materias de estudio:
Viajar a Pie
Arte de Forzar Cerraduras 
La Confección de tus Propios Permisos de Rodaje
Técnicas de Neutralización de la Burocracia
Tácticas de Guerrilla, 
Autosuficiencia... 

Recomienda algunas películas de cabecera como el tesoro de Sierra Madre (1948, dir. John Huston), Viva Zapata (1952, dir. Elia Kazan), La Batalla de Argel (1966, dir. Gillo Pontecorvo) la trilogía de Apu de Satyajit Ray y ¿Dónde está la casa de mi amigo? de Kiarostami. 
Entre las lecturas obligatorias figuran las Geórgicas de Virgilio, La breve vida feliz de Francis Macomber de Hemingway o Historia verdadera de la conquista de la nueva España de Bernal Diaz del Castillo. 

Fascinante, ¿no? como la mirada de Klaus Kinski en Aguirre o la increíble Fitzcarraldo  traumática, y famosa por mover un barco de vapor de 320 toneladas por una colina sin usar efectos especiales. Herzog pensaba que nadie jamás había realizado tal proeza en la historia, y que nunca mas la realizarían, llamándose a si mismo “Conquistador de lo Inútil”.

Estas pedagogías extrañas me llevan a inevitablemente al Joseph Jacotot de Rancière, J. (2002) El maestro Ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación Intelectual, Barcelona, Laertes.
Jacques Rancière, resume su tesis en estas palabras:

-Para el neófito, la única forma posible de enseñar es explicando. ¿Cómo hacer para que, sin explicaciones, un niño, o un adulto entiendan lo que no conocen?
JR-Joseph Jacotot consiguió demostrar que el método de la explicación constituye el principio mismo del sometimiento, por no decir del embrutecimiento.


-¿Podemos recordar el comienzo de esa aventura singular?
JR-La historia comenzó cuando Jacotot, un apreciado filósofo y pedagogo en Francia, se instaló en Bélgica por razones políticas durante la Restauración (1814-1830). Allí fue contratado por la Universidad de Lovaina para enseñar francés. Jacotot, que no sabía una palabra de holandés, distribuyó a sus alumnos una versión bilingüe del Telémaco de Fénelon y los dejó solos con el texto y con su voluntad de aprender. Sorprendentemente, pocos meses después todos eran capaces de hablar y de escribir en francés sin que el maestro les hubiese transmitido absolutamente nada de su propio saber. Jacotot dedujo entonces que sus alumnos habían utilizado la misma inteligencia que usa un niño para aprender a hablar. ¿Qué hace un niño pequeño? Escucha y retiene, imita y repite, se corrige, tiene éxito gracias al azar y recomienza gracias al método. Todo sin ningún maestro.
(...)

JR-Un maestro ignorante no es un ignorante que decide hacerse el maestro. Es un maestro que enseña sin transmitir ningún conocimiento. Es un docente capaz de disociar su propio conocimiento y el ejercicio de la docencia. Es un maestro que demuestra que aquello que llamamos “transmisión del saber” comprende, en realidad, dos relaciones intrincadas que conviene disociar: una relación de voluntad a voluntad y una relación de inteligencia a inteligencia.

Aguirre, la cólera de Dios
AGUIRRE, DER ZORN GOTTES
1972, Werner Herzog Film, Germany



El "raro" método pedagógico de Herzog y Jacotot me llevan a Joseph Cornell (Nueva York, 1903-1972) artista y escultor norteamericano, pionero del arte de assemblage (montaje), cineasta experimental, considerado como el primero de los surrealistas norteamericanos.
Joseph Cornell es otro de esos autores raros "coleccionista de lo inútil" a caballo entre el bricoleur y el poeta de los objetos encontrados. Sus cajas son ensamblajes que organizan pequeños poemas visuales autosuficientes, donde la magia de las relaciones entre las cosas exigen al espectador una mirada inocente, un dejarse ir, un ver el mundo por primera vez.

Archivo digital "Joseph Cornell Papers"
(material biográfico, correspondencia, diarios, fotografías, etc.) que ofrece la web "The Smithsonian Archives of American Art" 
Cajas de Joseph Cornell acceder a: "Navigating The Imagination"  o "The Joseph Cornell Box"