Derivas Urbanas

Derivas Urbanas
“Caminar no nos lleva en principio a ninguna parte luego nos permite llegar a cualquier lugar.”

9 nov 2020

Autoconstrucción del artista. Juhani Pallasmaa

El arquitecto finlandés Juhani Pallasmaa  sostiene que todo artista necesita de un tiempo largo de autoconstrucción, para eventualmente en el futuro poder crear algo por sí mismo. 
Me construí yo mismo, desde muy joven y puedes lograrlo absorbiendo las obras de otros y rodeándote de amigos artistas, escritores, poetas, artesanos, así es como te construyes.
Los libros son una magnífica fuente de sabiduría y un ejercicio fantástico para la imaginación: “Cuando leemos un buen libro, construimos cada uno de los personajes, cada habitación, cada espacio, cada casa, ciudades enteras que construimos en nuestra imaginación". Anima a sus alumnos de la escuela de arquitectura a no leer libros de arquitectura, sino buena literatura, poesía y libros de arte. 
El milagro del arte, es que transmite la presencia del creador, ya sea un artista actual o uno que vivió hace 25.000 mil de años y pintó un bisonte en una cueva: Su grandeza se mide por la atemporalidad.




3 sept 2020

El peso del humo



una sustancia que no se puede tocar


Smoke, aborda la realidad con sencillez y muestra a unos tipos urbanos tal como son, en una representación que busca la verosimilitud  a través de las acciones y diálogos, sin cursilerías, historias de todos los días, con temas como la identidad, la incomunicación, la responsabilidad, la solidaridad, etc.  habitando en un escenario de barrio popular, Brooklyn en la ciudad de New York.

Es importante la necesidad de comunicación de los personajes, la importancia de los tiempos muertos, de las pausas para dialogar con los otros, de los rituales y la repetición (15 años fotografiando todos los días a las ocho de la mañana la misma esquina) “Todas son iguales pero cada una es distinta de las otras”.Auggie estaba fotografiando el tiempo, el tiempo natural y el tiempo humano, plantándose en una minúscula esquina del mundo... pero antes de eso Auggie tiene que darle unas indicaciones a Paul: “Si no te tomas tiempo para mirar, nunca conseguirás ver nada”; es como escuchar o simplemente
oír, hay que tomarse una pausa como hacen los personajes para dialogar y poder ponerte en la piel del otro.
Del guión de la película:
Auggie (el estanquero): Este es un archivo de mi pequeño lugar (tendiéndole un álbum con todas las fotos).
Paul (el novelista): (pasando páginas del álbum) Es sobrecogedor.
A: No lo entenderás si no vas más despacio, amigo mío.
P: ¿A qué te refieres?
A: Vas muy deprisa. Ni siquiera miras las fotos.
P: Pero si son todas iguales.
A: Son todas iguales, pero cada una es diferente a la otra. Tienes días despejados y días oscuros. Tienes luz de verano y luz de otoño. Tienes días entresemana y fines de semana. Tienes a gente con abrigos y con chaquetas y tienes a gente en camiseta y shorts. Algunas veces la misma gente, otras diferente. Y a veces la gente diferente se vuelven los mismos, y los mismos desaparecen. La tierra gira en torno al sol, y cada día la luz del sol cae sobre la tierra en un ángulo diferente.
P: ¿Más despacio, eh?
A: Es lo que recomiendo.

Muy interesante el final del guión: el planteamiento de la mentira no como deshonestidad sino como representación. 

 Paul Auster dice: "Smoke evoca una sustancia que no se puede tocar. Es una metáfora con la que se intenta transmitir lo que pasa y ocurre entre la gente"


El cuento de navidad de Auggie Wren
Paul Auster

Le oí este cuento a Auggie Wren.
Dado que Auggie no queda demasiado bien en él, por lo menos no todo lo bien que a él le habría gustado, me pidió que no utilizara su verdadero nombre.
Aparte de eso, toda la historia de la cartera perdida, la anciana ciega y la comida de Navidad es exactamente como él me la contó.

Auggie y yo nos conocemos desde hace casi once años.
Él trabaja detrás del mostrador de un estanco en la calle Court, en el centro de Brooklyn, y como es el único estanco que tiene los puritos holandeses que a mí me gusta fumar, entro allí bastante a menudo.
Durante mucho tiempo apenas pensé en Auggie Wren.
Era el extraño hombrecito que llevaba una sudadera azul con capucha y me vendía puros y revistas, el personaje pícaro y chistoso que siempre tenía algo gracioso que decir acerca del tiempo, de los Mets o de los políticos de Washington, y nada más.

Pero luego, un día, hace varios años, él estaba leyendo una revista en la tienda cuando casualmente tropezó con la reseña de un libro mío.
Supo que era yo porque la reseña iba acompañada de una fotografía, y a partir de entonces las cosas cambiaron entre nosotros.
Yo ya no era simplemente un cliente más para Auggie, me había convertido en una persona distinguida.
A la mayoría de la gente le importan un comino los libros y los escritores, pero resultó que Auggie se consideraba un artista.
Ahora que había descubierto el secreto de quién era yo, me adoptó como a un aliado, un confidente, un camarada.
A decir verdad, a mí me resultaba bastante embarazoso.
Luego, casi inevitablemente, llegó el momento en que me preguntó si estaría yo dispuesto a ver sus fotografías.
Dado su entusiasmo y buena voluntad, no parecía que hubiera manera de rechazarle.

Dios sabe qué esperaba yo.
Como mínimo, no era lo que Auggie me enseñó al día siguiente.
En una pequeña trastienda sin ventanas abrió una caja de cartón y sacó doce álbumes de fotos negros e idénticos.
Dijo que aquélla era la obra de su vida, y no tardaba más de cinco minutos al día en hacerla.
Todas las mañanas durante los últimos doce años se había detenido en la esquina de la Avenida Atlantic y la calle Clinton exactamente a las siete y había hecho una sola fotografía en color de exactamente la misma vista.
El proyecto ascendía ya a más de cuatro mil fotografías.
Cada álbum representaba un año diferente y todas las fotografías estaban dispuestas en secuencia, desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre, con las fechas cuidadosamente anotadas debajo de cada una.

 Mientras hojeaba los álbumes y empezaba a estudiar la obra de Auggie, no sabía qué pensar.
Mi primera impresión fue que se trataba de la cosa más extraña y desconcertante que había visto nunca.
Todas las fotografías eran iguales.
Todo el proyecto era un curioso ataque de repetición que te dejaba aturdido, la misma calle y los mismos edificios una y otra vez, un implacable delirio de imágenes redundantes.
No se me ocurría qué podía decirle a Auggie; así que continué pasando las páginas, asintiendo con la cabeza con fingida apreciación.
Auggie parecía sereno, mientras me miraba con una amplia sonrisa en la cara, pero cuando yo llevaba ya varios minutos observando las fotografías, de repente me interrumpió y me dijo:
- Vas demasiado deprisa.
Nunca lo entenderás si no vas más despacio.
Tenía razón, por supuesto.
Si no te tomas tiempo para mirar, nunca conseguirás ver nada.
Cogí otro álbum y me obligué a ir más pausadamente.
Presté más atención a los detalles, me fijé en los cambios en las condiciones meteorológicas, observé las variaciones en el ángulo de la luz a medida que avanzaban las estaciones.
Finalmente pude detectar sutiles diferencias en el flujo del tráfico, prever el ritmo de los diferentes días (la actividad de las mañanas laborables, la relativa tranquilidad de los fines de semana, el contraste entre los sábados y los domingos).
Y luego, poco a poco, empecé a reconocer las caras de la gente en segundo plano, los transeúntes camino de su trabajo, las mismas personas en el mismo lugar todas las mañanas, viviendo un instante de sus vidas en el objetivo de la cámara de Auggie.
Una vez que llegué a conocerles, empecé a estudiar sus posturas, la diferencia en su porte de una mañana a la siguiente, tratando de descubrir sus estados de ánimo por estos indicios superficiales, como si pudiera imaginar historias para ellos, como si pudiera penetrar en los invisibles dramas encerrados dentro de sus cuerpos.
Cogí otro álbum.
Ya no estaba aburrido ni desconcertado como al principio.
Me di cuenta de que Auggie estaba fotografiando el tiempo, el tiempo natural y el tiempo humano, y lo hacía plantándose en una minúscula esquina del mundo y deseando que fuera suya, montando guardia en el espacio que había elegido para sí.
Mirándome mientras yo examinaba su trabajo, Auggie continuaba sonriendo con gusto.
Luego, casi como si hubiera estado leyendo mis pensamientos, empezó a recitar un verso de Shakespeare.
- Mañana y mañana y mañana - murmuró entre dientes -, el tiempo avanza con pasos menudos y cautelosos.
Comprendí entonces que sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Eso fue hace más de dos mil fotografías.
Desde ese día Auggie y yo hemos comentado su obra muchas veces, pero hasta la semana pasada no me enteré de cómo había adquirido su cámara y empezado a hacer fotos.
Ése era el tema de la historia que me contó, y todavía estoy esforzándome por entenderla.

A principios de esa misma semana me había llamado un hombre del New York Times y me había preguntado si querría escribir un cuento que aparecería en el periódico el día de Navidad.
Mi primer impulso fue decir que no, pero el hombre era muy persuasivo y amable, y al final de la conversación le dije que lo intentaría.
En cuanto colgué el teléfono, sin embargo, caí en un profundo pánico.
¿Qué sabía yo sobre la Navidad?, me pregunté.
¿Qué sabía yo de escribir cuentos por encargo?

Pasé los siguientes días desesperado; guerreando con los fantasmas de Dickens, O. Henry y otros maestros del espíritu de la Natividad.
Las propias palabras "cuento de Navidad" tenían desagradables connotaciones para mí, en su evocación de espantosas efusiones de hipócrita sensiblería y melaza.
Ni siquiera los mejores cuentos de Navidad eran otra cosa que sueños de deseos, cuentos de hadas para adultos, y por nada del mundo me permitiría escribir algo así.
Sin embargo, ¿cómo podía nadie proponerse escribir un cuento de Navidad que no fuera sentimental?
Era una contradicción en los términos, una imposibilidad, una paradoja.
Sería como tratar de imaginar un caballo de carreras sin patas o un gorrión sin alas.

No conseguía nada.
El jueves salí a dar un largo paseo, confiando en que el aire me despejaría la cabeza.
Justo después del mediodía entré en el estanco para reponer mis existencias, y allí estaba Auggie, de pie detrás del mostrador, como siempre.
Me preguntó cómo estaba.
Sin proponérmelo realmente, me encontré descargando mis preocupaciones sobre él.

- ¿Un cuento de Navidad? - dijo él cuando yo hube terminado.
¿Sólo es eso?
Si me invitas a comer, amigo mío, te contaré el mejor cuento de Navidad que hayas oído nunca.
Y te garantizo que hasta la última palabra es verdad.

Fuimos a Jack's, un restaurante angosto y ruidoso que tiene buenos sandwiches de pastrami y fotografías de antiguos equipos de los Dodgers colgadas de las paredes.
Encontramos una mesa al fondo, pedimos nuestro almuerzo y luego Auggie se lanzó a contarme su historia.

- Fue en el verano del setenta y dos - dijo.
Una mañana entró un chico y empezó a robar cosas de la tienda.
Tendría unos diecinueve o veinte años, y creo que no he visto en mi vida un ratero de tiendas más patético.
Estaba de pie al lado del expositor de periódicos de la pared del fondo, metiéndose libros en los bolsillos del impermeable.
Había mucha gente junto al mostrador en aquel momento, así que al principio no le vi.
Pero cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, empecé a gritar.
Echó a correr como una liebre, y cuando yo conseguí salir de detrás del mostrador, él ya iba como una exhalación por la avenida Atlantic.
Le perseguí más o menos media manzana, y luego renuncié.
Se le había caído algo, y como yo no tenía ganas de seguir corriendo me agaché para ver lo que era.

Resultó que era su cartera.
No había nada de dinero, pero sí su carnet de conducir junto con tres o cuatro fotografías.
Supongo que podría haber llamado a la poli para que le arrestara.
Tenía su nombre y dirección en el carnet, pero me dio pena.
No era más que un pobre desgraciado, y cuando miré las fotos que llevaba en la cartera, no fui capaz de enfadarme con él.
Robert Goodwin. Así se llamaba.
Recuerdo que en una de las fotos estaba de pie rodeando con el brazo a su madre o abuela.
En otra estaba sentado a los nueve o diez años vestido con un uniforme de béisbol y con una gran sonrisa en la cara.
No tuve valor.
Me figuré que probablemente era drogadicto.
Un pobre chaval de Brooklyn sin mucha suerte, y, además, ¿qué importaban un par de libros de bolsillo?

Así que me quedé con la cartera.
De vez en cuando sentía el impulso de devolvérsela, pero lo posponía una y otra vez y nunca hacía nada al respecto.
Luego llega la Navidad y yo me encuentro sin nada que hacer.
Generalmente el jefe me invita a pasar el día en su casa, pero ese año él y su familia estaban en Florida visitando a unos parientes.
Así que estoy sentado en mi piso esa mañana compadeciéndome un poco de mí mismo, y entonces veo la cartera de Robert Goodwin sobre un estante de la cocina.
Pienso qué diablos, por qué no hacer algo bueno por una vez, así que me pongo el abrigo y salgo para devolver la cartera personalmente.

La dirección estaba en Boerum Hill, en las casas subvencionadas.
Aquel día helaba, y recuerdo que me perdí varias veces tratando de encontrar el edificio.
Allí todo parece igual, y recorres una y otra vez la misma calle pensando que estás en otro sitio.
Finalmente encuentro el apartamento que busco y llamo al timbre.
No pasa nada.
Deduzco que no hay nadie, pero lo intento otra vez para asegurarme.
Espero un poco más y, justo cuando estoy a punto de marcharme, oigo que alguien viene hacia la puerta arrastrando los pies.
Una voz de vieja pregunta quién es, y yo contesto que estoy buscando a Robert Goodwin.

- ¿Eres tú, Robert? - dice la vieja, y luego descorre unos quince cerrojos y abre la puerta.

Debe tener por lo menos ochenta años, quizá noventa, y lo primero que noto es que es ciega.

- Sabía que vendrías, Robert - dice -.
Sabía que no te olvidarías de tu abuela Ethel en Navidad.

Y luego abre los brazos como si estuviera a punto de abrazarme.

Yo no tenía mucho tiempo para pensar, ¿comprendes?
Tenía que decir algo deprisa y corriendo, y antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba ocurriendo, oí que las palabras salían de mi boca.

- Está bien, abuela Ethel - dij e-.
He vuelto para verte el día de Navidad.

No me preguntes por qué lo hice.
No tengo ni idea.
Puede que no quisiera decepcionarla o algo así, no lo sé.
Simplemente salió así y de pronto, aquella anciana me abrazaba delante de la puerta y yo la abrazaba a ella.

No llegué a decirle que era su nieto.
No exactamente, por lo menos, pero eso era lo que parecía.
Sin embargo, no estaba intentando engañarla.
Era como un juego que los dos habíamos decidido jugar, sin tener que discutir las reglas.
Quiero decir que aquella mujer sabía que yo no era su nieto Robert.
Estaba vieja y chocha, pero no tanto como para no notar la diferencia entre un extraño y su propio nieto.
Pero la hacía feliz fingir, y puesto que yo no tenía nada mejor que hacer, me alegré de seguirle la corriente.

Así que entramos en el apartamento y pasamos el día juntos.
Aquello era un verdadero basurero, podría añadir, pero ¿qué otra cosa se puede esperar de una ciega que se ocupa ella misma de la casa?
Cada vez que me preguntaba cómo estaba yo le mentía.
Le dije que había encontrado un buen trabajo en un estanco, le dije que estaba a punto de casarme, le conté cien cuentos chinos, y ella hizo como que se los creía todos.

- Eso es estupendo, Robert - decía, asintiendo con la cabeza y sonriendo.
Siempre supe que las cosas te saldrían bien.

Al cabo de un rato, empecé a tener hambre.
No parecía haber mucha comida en la casa, así que me fui a una tienda del barrio y llevé un montón de cosas.
Un pollo precocinado, sopa de verduras, un recipiente de ensalada de patatas, pastel de chocolate, toda clase de cosas.
Ethel tenía un par de botellas de vino guardadas en su dormitorio, así que entre los dos conseguimos preparar una comida de Navidad bastante decente.
Recuerdo que los dos nos pusimos un poco alegres con el vino, y cuando terminamos de comer fuimos a sentarnos en el cuarto de estar, donde las butacas eran más cómodas.
Yo tenía que hacer pis, así que me disculpé y fui al cuarto de baño que había en el pasillo.
Fue entonces cuando las cosas dieron otro giro.
Ya era bastante disparatado que hiciera el numerito de ser el nieto de Ethel, pero lo que hice luego fue una verdadera locura, y nunca me he perdonado por ello.

Entro en el cuarto de baño y, apiladas contra la pared al lado de la ducha, veo un montón de seis o siete cámaras.
De treinta y cinco milímetros, completamente nuevas, aún en sus cajas, mercancía de primera calidad.
Deduzco que eso es obra del verdadero Robert, un sitio donde almacenar botín reciente.
Yo no había hecho una foto en mi vida, y ciertamente nunca había robado nada, pero en cuanto veo esas cámaras en el cuarto de baño, decido que quiero una para mí.
Así de sencillo.
Y, sin pararme a pensarlo, me meto una de las cajas bajo el brazo y vuelvo al cuarto de estar.

No debí ausentarme más de unos minutos, pero en ese tiempo la abuela Ethel se había quedado dormida en su butaca.
Demasiado Chianti, supongo.
Entré en la cocina para fregar los platos y ella siguió durmiendo a pesar del ruido, roncando como un bebé.
No parecía lógico molestarla, así que decidí marcharme.
Ni siquiera podía escribirle una nota de despedida, puesto que era ciega y todo eso, así que simplemente me fui.
Dejé la cartera de su nieto en la mesa, cogí la cámara otra vez y salí del apartamento.
Y ése es el final de la historia.

- ¿Volviste alguna vez? - le pregunté.

- Una sola - contestó.
Unos tres o cuatro meses después.
Me sentía tan mal por haber robado la cámara que ni siquiera la había usado aún.
Finalmente tomé la decisión de devolverla, pero la abuela Ethel ya no estaba allí.
No sé qué le había pasado, pero en el apartamento vivía otra persona y no sabía decirme dónde estaba ella.

- Probablemente había muerto.

- Sí, probablemente.

- Lo cual quiere decir que pasó su última Navidad contigo.

- Supongo que sí.
Nunca se me había ocurrido pensarlo.

- Fue una buena obra, Auggie.
Hiciste algo muy bonito por ella.

- Le mentí y luego le robé.
No veo cómo puedes llamarle a eso una buena obra.

- La hiciste feliz.
Y además la cámara era robada.
No es como si la persona a quien se la quitaste fuese su verdadero propietario.

- Todo por el arte, ¿eh, Paul?

- Yo no diría eso.
Pero por lo menos le has dado un buen uso a la cámara.

- Y ahora tienes un cuento de Navidad, ¿no?

- Sí - dije -.
Supongo que sí.

Hice una pausa durante un momento, mirando a Auggie mientras una sonrisa malévola se extendía por su cara.
Yo no podía estar seguro, pero la expresión de sus ojos en aquel momento era tan misteriosa, tan llena del resplandor de algún placer interior, que repentinamente se me ocurrió que se había inventado toda la historia.
Estuve a punto de preguntarle si se había quedado conmigo, pero luego comprendí que nunca me lo diría.
Me había embaucado, y eso era lo único que importaba.
Mientras haya una persona que se la crea, no hay ninguna historia que no pueda ser verdad.

- Eres un as, Auggie - dije -.
Gracias por ayudarme.

- Siempre que quieras - contestó él, mirándome aún con aquella luz maníaca en los ojos.
Después de todo, si no puedes compartir tus secretos con los amigos, ¿qué clase de amigo eres?

- Supongo que estoy en deuda contigo.

- No, no.
Simplemente escríbela como yo te la he contado y no me deberás nada.

- Excepto el almuerzo.

- Eso es.
Excepto el almuerzo.

Devolví la sonrisa de Auggie con otra mía y luego llamé al camarero y pedí la cuenta.

             
Smoke & Blue in the face
Auster, Paul, Anagrama

MASTER CLASS de DAVID LYNCH "Crear es como ir a pescar ideas"




6 mar 2020

25 joyas del cómic español del siglo XXI

Os dejo en este enlace a un artículo del País en el que proponen una selección de 25 obras del cómic español, en general están muy bien escogidas.
Obviamente hay muchas carencias por ejemplo el trabajo de Ana Penyas: Estamos todas bien y En Transición







Para más referencias María Victrix tiene varias entradas en su blog http://tallersmariavictrix.blogspot.com/2015/02/seis-ilustradores-sus-sketchbooks.html que son muy interesantes sobre ilustración.
Por último os dejo el link a mi tablero de Pinterest Novela gráfica, Cómic, ilustración... en el que podéis ver y estudiar unas cuantas referencias gráficas más que os enriquecerán seguro en vuestros propios lenguajes.

20 feb 2020

Buenas historias cortas para gráficas visuales

Bocas del tiempo, Eduardo Galeano

Algunos ejemplos de las historias que encontraréis:

Testigos
El profesor y el periodista pasean por el jardín.
En eso, Jean-Marie Pelt, el profesor, se detiene, señala con el dedo y dice:
—Le presento a nuestras abuelas.
Y el periodista, Jacques Girardon, se agacha y descubre una bolita de espuma
que asoma entre los pastos.
Es un pueblo de microscópicas algas azules. En los días de mucha humedad,
las algas azules se dejan ver. Así, todas juntas, parecen una escupida. El
periodista frunce la nariz: el origen de la vida no tiene un aspecto muy atractivo
que digamos, pero de esa baba, de esa porquería, venimos todos los que tenemos
piernas, patas, raíces, aletas o alas.
Antes del antes, en los tiempos de la infancia del mundo, cuando no había
colores ni sonidos, ellas, las algas azules, ya existían. Echando oxígeno, dieron
color a la mar y al cielo. Y un buen día, un día que duró millones de años, a
muchas algas azules les dio por convertirse en algas verdes. Y las algas verdes
fueron generando, muy poquito a poco, líquenes, hongos, musgos, medusas y
todos los colores y los sonidos que después vinieron, vinimos, a alborotar la mar y
la tierra.
Pero otras algas azules prefirieron seguir siendo como eran.
Así siguen estando.
Desde el remoto mundo que fue, ellas miran el mundo que es.
No se sabe qué opinan.

Verderías
Cuando la mar y a era mar, la tierra no era más que roca desnuda.
Los líquenes, venidos de la mar, hicieron las praderas. Ellos invadieron,
conquistaron y verdearon el reino de la piedra.
Eso ocurrió en el ay er de los ay eres, y sigue ocurriendo todavía. Donde nada
vive, los líquenes viven: en las estepas heladas, en los desiertos ardientes, en lo
más alto de las más altas montañas.
Los líquenes viven mientras dura el matrimonio entre las algas y sus hijos, los
hongos. Si el matrimonio se deshace, se deshacen los líquenes.
A veces, las algas y los hongos se divorcian, por riñas y disputas. Según ellas,
ellos las tienen encerradas y no las dejan ver la luz. Según ellos, ellas los
empalagan de tanto darles azúcar noche y día.

Los juegos del tiempo
Dicen que había una vez dos amigos que estaban contemplando un
cuadro. La pintura, obra de quién sabe quién, venía de China. Era un campo de
flores en tiempo de cosecha.
Uno de los dos amigos, quién sabe por qué, tenía la vista clavada en una
mujer, una de las muchas mujeres que en el cuadro recogían amapolas en sus
canastas. Ella llevaba el pelo suelto, llovido sobre los hombros.
Por fin ella le devolvió la mirada, dejó caer su canasta, extendió los brazos y,
quién sabe cómo, se lo llevó.
Él se dejó ir hacia quién sabe dónde, y con esa mujer pasó las noches y los
días, quién sabe cuántos, hasta que un ventarrón lo arrancó de allí y lo devolvió a
la sala donde su amigo seguía plantado ante el cuadro.
Tan brevísima había sido aquella eternidad que el amigo ni se había dado
cuenta de su ausencia. Y tampoco se había dado cuenta de que esa mujer, una de
las muchas mujeres que en el cuadro recogían amapolas en sus canastas,
llevaba, ahora, el pelo atado en la nuca.

Historia clínica
Informó que sufría taquicardia cada vez que lo veía, aunque fuera de lejos.
Declaró que se le secaban las glándulas salivales cuando él la miraba, aunque
fuera de refilón.
Admitió una hipersecreción de las glándulas sudoríparas cada vez que él le
hablaba, aunque fuera para contestarle el saludo.
Reconoció que padecía graves desequilibrios en la presión sanguínea cuando
él la rozaba, aunque fuera por error.
Confesó que por él padecía mareos, que se le nublaba la visión, que se le
aflojaban las rodillas. Que en los días no podía parar de decir bobadas y en las
noches no conseguía dormir.
—Fue hace mucho tiempo, doctor —dijo—. Yo nunca más sentí nada de eso.
El médico arqueó las cejas:
—¿Nunca más sintió nada de eso?
Y diagnosticó:
—Su caso es grave.

Peces
¿Señor o señora? ¿O los dos a la vez? ¿O a veces él es ella, y a veces ella es
él? En las profundidades de la mar, nunca se sabe.
Los meros, y otros peces, son virtuosos en el arte de cambiar de sexo sin
cirugía. Las hembras se vuelven machos y los machos se convierten en hembras
con asombrosa facilidad; y nadie es objeto de burla ni acusado de traición a la
naturaleza o a la ley de Dios.

El beso
Antonio Pujía eligió, al azar, uno de los bloques de mármol de Carrara que
había ido comprando a lo largo de los años.
Era una lápida. De alguna tumba vendría, vaya a saber de dónde; él no tenía
la menor idea de cómo había ido a parar a su taller.
Antonio acostó la lápida sobre una base de apoyo, y se puso a trabajarla.
Alguna idea tenía de lo que quería esculpir, o quizá no tenía ninguna. Empezó por
borrar la inscripción: el nombre de un hombre, el año del nacimiento, el año del
fin.
Después, el cincel penetró el mármol. Y Antonio encontró una sorpresa, que
lo estaba esperando piedra adentro: la veta tenía la forma de dos caras que se
juntaban, algo así como dos perfiles unidos frente a frente, la nariz pegada a la
nariz, la boca pegada a la boca.
El escultor obedeció a la piedra. Y fue excavando, suavemente, hasta que
cobró relieve aquel encuentro que la piedra contenía.
Al día siguiente, dio por concluido su trabajo. Y entonces, cuando levantó la
escultura, vio lo que antes no había visto. Al dorso, había otra inscripción: el
nombre de una mujer, el año del nacimiento, el año del fin. 

18 feb 2020

Agnes Martin "La belleza está en tu mente"






Love is hard work



Historia de un error
Esta transcripción de las 10 reglas para estudiantes y profesores estaba clavada con chinchetas en el estudio de danza de Merce Cunningham atribuyéndoselas erróneamente a su pareja John Cage.


La realidad es que la autora fue Corita Kent, alumna de John Cage. Las presentó como un trabajo de clase tenían un formato cartel y estaban realizadas con su técnica preferida la serigrafía.
Le gustaron mucho a John Cage y las colgó en su estudio, las transcribió su pareja Merce Cunningham y se las llevo al suyo y allí fueron encontradas cuando murió. 



Corita Kent fue un personaje, tuvo una portada en Newswek... 
¿Por qué este silenció posterior?


1964, Courtesy of Corita Art Center







Una buena reseña que explica brevemente su contexto se encuentra aquí:

Hay una página Corita Kent.org de la que saco este extracto de su biografía: Corita Kent fue artista, educadora y defensora de la justicia social. A los 18 años ingresó en la orden religiosa del Inmaculado Corazón de María, eventualmente enseñando serigrafía y luego dirigiendo el departamento de arte en el Colegio Inmaculado Corazón. Corita comenzó con la serigrafía cuando estaba terminando su posgrado. Ella pensó que sería un buen método para enseñar a sus alumnos, muchos de los cuales eran maestros de pre-servicio. La serigrafía atrajo a Corita por otra razón importante, quería que su arte fuera asequible y ampliamente disponible, y la serigrafía permite la reproducción de múltiples obras a bajo coste.

Su trabajo de temática religiosa, se caracterizó por la incorporación de imágenes publicitarias y eslóganes, letras de canciones populares, versos bíblicos y citas literarias, todo ello con gran colorido y tipografías flotantes y disruptivas. A lo largo de los años 60, su trabajo se volvió cada vez más político, instando a los espectadores a considerar la pobreza, el racismo y la injusticia. En 1968 dejó la orden y se mudó a Boston. Después de 1970, su trabajo evolucionó hacia un estilo más esencial e introspectivo, influenciado por el nuevo entorno, y sus batallas contra el cáncer. Permaneció activa en causas sociales hasta su muerte en 1986. 
Como monja utilizó la serigrafía para luchar contra la guerra de Vietnan, conquistó a John Cage con su posición antibelicista y con sus 10 reglas




Algunas muestras de su trabajo: