Para Queca, texto por texto:
Keizai Eisen - Etapa 19. Sesenta y nueve estaciones del Kiso Kaidō
Antes de ayer, hablando de la película Paterson (2016) dirigida por Jim
Jarmusch, y la poesía de William Carlos Williams, comentamos la importancia del
lenguaje poético para un artista visual.
Humboldt proponía el viaje como método y
hablaba de como problemas insolubles a los geólogos del norte, encuentran
solución en el Ecuador.
Siempre me han interesado las conexiones
interdisciplinares, y si en un mundo cada vez más especializado, logramos de
vez en cuando levantar la vista de nuestro pequeño laberinto, podríamos confiar
en que muchos problemas relacionados con las artes visuales, adquirirían nuevas
dimensiones a través de los otros sentidos. El sonido de los colores, oír la
luz, melodías del paisaje, música del arroyo, el sonido del frío, el color de
los olores… en última instancia, ver es dotar de sentido y dotar de sentido,
incluye ampliar los sentidos.
La falta de sentido, la duda e
incomprensión que mostramos en general ante el lenguaje poético, nos incomoda.
Quizás sea, porque no leemos poesía y la poca que llega a nuestras manos son
versos sueltos de aquí y allá, incluidos en algún otro texto.
Quizás sea, que sencillamente no le damos
tiempo y aquí me refiero también a las características que subyacen al paso del
tiempo, los ritmos de la vida y lo transitorio. Pienso que una clave
importante para enfrentarnos al "sentido poético" nos llega de la pintura y poesía oriental
China y Japonesa que a su vez beben del budismo Hindú.
La primera cuestión es estructural, tiene
que ver con lo que no se ve, el vacío, en el caso de una obra visual, o lo que
no está escrito, el silencio, en la obra poética. Es una cuestión de elección, se toma una
decisión sobre como describir un objeto o una situación para llegar mejor a la
transmisión de una sensación, a un
estado emocional mucho más complejo que las partes.
La belleza, la paz, la serenidad son términos inefables, solo se llega a ellas por
alusiones a lo que es tá implícito, pero nunca es mostrado. Sin
embargo y ahí radica la paradoja del lenguaje visual y poético, un conjunto de
palabras e imágenes sencillas, naturales y cotidianas como las montañas, ríos,
rocas, nubes, flores, escarchas, copas de vino, botellas vacías, escobas de
barrer… son trastocadas en sus relaciones habituales, sonido, perspectiva,
movimiento, y es, a través de éstas nuevas relaciones y contrastes, por la que
se llega a reconocer una humanidad tal que nos armonizan con el universo.
Me refiero a eso que no permite ningún
comentario, ningún añadido, ninguna explicación, que se basta por sí mismo,
porque la precisión del lenguaje lo ha depurado de tal forma, que ya nada sobra
ni nada falta.
Queca, en nuestra charla te hablé, de que
para encontrar sentido a la película
de Jarmush, nos puede ayudar la poesía China, algo tan distante en el tiempo
como los clásicos del período Tang, los poetas Wang Wei, Du fo y Li Bai.
De nuevo el "viaje Humboldt", permíteme compartir
aquí, contigo, una muestra de sus poemas, solo unas pinceladas de una obra
mucho más extensa y profunda que a mí me ha servido de referencias para
acercarme a otros fenómenos mucho más contemporáneos..
Wang Wei (701-761), fue poeta y pintor,
sus Poemas del Río Wang recogen un
viaje por el río con su amigo Pei Dei. Su obra es un magnífico ejemplo de fusión entre lo íntimamente humano y lo intrínsecamente
natural. Nubes y atardeceres se hicieron mis amigos (poema 140) La Montaña vacía
Ascensión
El caserío anidó en el acantilado.
Entre nubes y nieblas la posada:
Atalaya para ver la caída del sol.
Abajo el agua repite montes ocre.
Se encienden las casas de los pescadores.
Un bote solo, anclado. Los pájaros regresan.
Soledad grande. Se apagan cielo y tierra.
En calma, frente a frente, el ancho río y el hombre.
Li Bai (701-762), fue un poeta que hizo
del viaje su modo de vida.
Ante el monte Ching-t´ing
Pájaros que se pierden en la altura.
Pasa una nube, quieta, a la deriva.
Solos y frente a frente, el monte y yo
No nos hemos cansado de mirarnos.
y Du Fu (712-770), pasó la mayor parte de
su vida exiliado y huyendo. Su poesía evoca la fugacidad de la belleza, influyendo
enormemente en Japón.
En la tormenta
Viejos fantasmas, nuevos.
Zozobra, llanto, nadie.
Envejecido, roto,
Para mí solo canto.
Andrajos de neblina
Cubren la noche, a trechos.
Contra la nieve, el viento.
Mi copa derramada;
Mi botella, vacía;
Ceniza, el fuego. El hombre
Ya no habla: susurra:
¿A quién decir mi canto?
Ya en Japón mi poeta preferido es Matsuo
Bashō, poeta de la segunda mitad del siglo XVII, escribe varios diarios de
viaje, Carretera estrecha hacia el Gran
Norte, Las sendas de Oku. Son cuadernos en el que se narran las
descripciones de las etapas del viaje, junto a dibujos, reflexiones y series de
poemas.
Octavio Paz escribe una anécdota en la
introducción de su traducción al castellano:
“El poeta Mukai Kyorai (¿1651-1704), uno
de sus discípulos, explica mejor que yo el significado de la transparencia
verbal de Basho. Un día Kyorai le mostró este haiku a su maestro:
Cima de la peña:
allí también hay otro
huésped de la luna.
¿En qué pensaba cuando lo escribió?, le
preguntó Basho. Contestó Kyorai: Una noche, mientras caminaba en la colina bajo
la luna de verano, tratando de componer un poema, descubrí en lo alto de una
roca a otro poeta, probablemente también pensando en un poema. Basho movió la
cabeza: Hubiera sido mucho más interesante si las líneas: “allí también hay
otro/huésped de la luna” se refiriesen no a otro sino a usted mismo. El tema de
ese poema debería ser usted, lector.”
Amante de las sutilezas y las veladuras:
Este camino
nadie ya lo recorre,
salvo el crepúsculo.
La realidad para Basho es algo más que lo
que vemos: es lenguaje:
Admirable
aquel que ante el relámpago
no dice: la vida huye…
La idea del viaje está presente en toda
la obra de Basho, un día antes de morir escribe este poema:
Caído en el viaje:
mis sueños en el llano
dan vueltas y vueltas.
Aunque muy anteriores en el tiempo estos
poetas participaban plenamente del espíritu viajero y de la sensibilidad a los
fenómenos cambiantes de la naturaleza.
¿A que nos suena?
Obviamente a las reflexiones que tenían
lugar en el seno de las artes en occidente desde el romanticismo al
impresionismo. Estas características van
a cruzar las artes visuales, la literatura y la poesía llegando hasta la
música.
Sin salir de Japón, recordemos la
influencia que tuvo en la modernidad pictórica occidental el acceso a los
grabados japoneses del periodo Edo, sobre todo a las series de Katsushika Hokusai
Treinta seis vistas del Monte Fuji
(1823-1833) o los 15 álbunes de Manga
(1814-1878). También las Sesenta y nueve
estaciones del Kiso Kaidō serie de Utagawa Hiroshige y Keisai Eisen (1834-1842)
en la que se describen las 69 postas o estaciones que hay en el camino de
Kisokaido que une Edo con Kyoto.
Un aire fresco llegó a occidente de las
representaciones del ukiyo-e, o paisajes de un mundo flotante. Las
estampas presentan la vida -tal cuál es-, descrita sin constricciones. Sus
temáticas tienen que ver con la vida cotidiana y su discurrir. Los
protagonistas son gente corriente en su devenir, en sus tareas ordinarias en
sus acciones y en sus tránsitos. El tiempo aparece de manera literal, el paso
de las estaciones con las tormentas de nieve y viento del invierno, las lluvias
de primavera, el otoño y los tranquilos atardeceres del verano. El clima,
siendo parte consustancial de la vida, se superpone sobre las escenas, independientemente
de su temática.
La otra cualidad del tiempo, lo temporal,
se refleja en las largas series que recrean acontecimientos, historias,
leyendas, viajes o sucesión de vistas de un mismo lugar, como las ya citadas Treinta y seis vistas del Monte Fuji de
Hokusai o las Series de las Ocho vistas
de Omi de Hiroshige.
Así el paisaje ya no es un objeto solo de contemplación, es una construcción simbólica donde lo humano entra en la escena. Las ideas románticas de lo sublime y el paso del tiempo, sufren una transformación de ventanas o cuadros fijos y estáticos, a acciones transformadoras para el individuo. Y es a través de la experiencia sensorial del viaje y del movimiento, como el viajero-caminante ve modificada su percepción del paisaje.
En este contexto, aquí en occidente surgen las sociedades de excursionistas y artistas como Constable, Turner, Friedrich, Corot y la Escuela de Barbizon: Rousseau, Millet y Daubigny, saliendo del estudio a pintar a plein air. Escritores y poetas como Hölderlin, Goethe, Novalis, Boswell, Johnson, Wordsworth, Byron, Schelle , Shelley, Coleridge, Rousseau, Chateaubriand , Stevenson, Thoureau, etc. se hacen eco de estas ideas, salen a caminar y nos lo cuentan.
Este tipo de experimentación con el paisaje natural, se va intercalando a su vez, con un interés creciente por el bullicio y el movimiento de las multitudes en la gran ciudad. Destacando autores como William Blake, London, (1793), Edgar Allan Poe, The Man of the Crowd, (1840) Charles Dickens, Night Walks, (1861), Charles Baudelaire, Le peintre de la vie moderne, (1863) y Thomas De Quincey, Confessions of an English Opium-Eater, (1886) y pintores como Manet, Bonnard, Toulouse-Lautrec, Cassat, Cézanne, Degas, Renoir, McNeill, Monet, Van Gogh, Pissarro, Gaugin, entre muchos otros.
En este contexto, aquí en occidente surgen las sociedades de excursionistas y artistas como Constable, Turner, Friedrich, Corot y la Escuela de Barbizon: Rousseau, Millet y Daubigny, saliendo del estudio a pintar a plein air. Escritores y poetas como Hölderlin, Goethe, Novalis, Boswell, Johnson, Wordsworth, Byron, Schelle , Shelley, Coleridge, Rousseau, Chateaubriand , Stevenson, Thoureau, etc. se hacen eco de estas ideas, salen a caminar y nos lo cuentan.
Este tipo de experimentación con el paisaje natural, se va intercalando a su vez, con un interés creciente por el bullicio y el movimiento de las multitudes en la gran ciudad. Destacando autores como William Blake, London, (1793), Edgar Allan Poe, The Man of the Crowd, (1840) Charles Dickens, Night Walks, (1861), Charles Baudelaire, Le peintre de la vie moderne, (1863) y Thomas De Quincey, Confessions of an English Opium-Eater, (1886) y pintores como Manet, Bonnard, Toulouse-Lautrec, Cassat, Cézanne, Degas, Renoir, McNeill, Monet, Van Gogh, Pissarro, Gaugin, entre muchos otros.
España también participa de esta
corriente europea con pintores como De Haes, Riancho, Beruete, Regoyos,
Sorolla, Zuloaga, Rusiñol, Casas, etc. Ellos transforman la manera de ver
nuestros paisajes, en diálogo con Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza, que con sus
excursiones a la Sierra de Guadarrama proponen una educación que dé a
conocer y amar nuestros paisajes. Ortega y Gasset también nos habla de una geografía sentimental. Unamuno, pide
hacer de los paisajes estados de conciencia, donde se dé una reciprocidad entre
el paisaje y el espíritu y escribe ¿Piensa
la montaña? Machado se refiere a una geografía emotiva, y Azorín escribe que Castilla ha sido hecha por la literatura.
¿A dónde nos conducen éstas digresiones
Queca?
A que como artistas visuales tenemos
que dar una oportunidad a la poesía para que sea significativa, lo mismo que al
paisaje. Podemos encontrar soluciones en ella que como decía Humboldt, pueden
explicarnos mejor esa construcción que es el lenguaje en nuestro campo. El
lenguaje poético nos enseña que un recorrido lento posibilita el
descubrimiento, la atención, las relaciones mínimas, los equilibrios no
explícitos y la exactitud, esto sirve también, como nos enseña William Carlos
Williams para un paisaje Alpino o para el paisaje de mi cocina.
Carlos Williams tenía una mirada
pictórica, lenta, tan precisa en el detalle, para saber como saben el dibujante
o el pintor, que no hay que decirlo todo, que la realidad es una síntesis y que
es más importante significar una tensión o un contraste que una enumeración de
contenidos.
Traigo aquí un fragmento de Paterson, Libro Uno, II
…
El cogió un prendedor del suelo
y se lo colocó en su oído, girándolo
dentro-
La nieve que se derretía
caía desde la cornisa de su ventana
90 golpes al minuto-
El descubrió
en el linóleo, a sus pies, un rostro
de mujer, se olió las manos,
fuertes por la loción que acababa de usar,
lavanda,
giró su pulgar
sobre la punta del dedo índice izquierdo
y la observaba caer cada vez,
como la cabeza
de un gato que se lame su pata, oyó el
evanescente sonido del limado: de
tierra sus oídos están llenos, no hay sonido
…
Decía Pessoa que un paisaje no es lo
que vemos sino lo que somos, podríamos extenderlo a un cuadro, a un poema, o a
la película de Jarmush, con esa mínima historia de un conductor de autobús de
nombre Paterson, en un lugar llamado Paterson que habla de un poemario titulado
Paterson de un poeta, William Carlos
Williams, que nació y trabajó como médico en Paterson.
Utagawa Hiroshige - Etapa 18. Sesenta y nueve estaciones del Kiso Kaidō
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