Como comentamos en la primera clase de proyectos os dejo un link al libro de Perec
Traigo aquí un texto de Matias Serra titulado Breve aproximación a la obra-vida de
Georges Perec que puede servir para situar al autor y al "personaje"
Cuentan sus amigos que cuando Perec se
subía a un auto enseguida pegaba un grito. Quería que creyeran que se había
agarrado un dedo con la puerta. La anécdota lo delata como un hombre dedicado a
provocar efectos y lo cierto es que muchas de sus bromas más certeras –aquellas
que dejó por escrito repercuten todavía hoy. De hecho, la sola obra de Perec
bastaría para acabar con la última de las plagas bíblicas, la de los talleres
literarios. Nadie probó caminos tan diversos con tan buenos resultados; nadie
sería capaz de nutrir con tantas ideas gratuitas a un curso de “creatividad”. A
pesar de que murió a los 46 años, Perec fue todos los escritores que quiso ser.
Casi un artista conceptual, armó y desarmó los mecanismos de todos los géneros,
y con tal de explorar nuevas zonas para la literatura saltó al vacío en más de
una oportunidad: “Jamás tuve deseos de repetir en un libro una fórmula, un
sistema o una manera elaborada en un libro anterior.”
Perec puede aparecer como una
curiosidad, un fenómeno que podría recalar en el estante de los Entusiasmos
Pasajeros, es decir alguien que más que lectores recluta simpatizantes. Pero
sería una apreciación despistada y nadie puede dudar de que sobre el puñado que
lo sigue ejerce una fascinación sin límite. Sobre todo cuando sus libros evocan
para esos lectores una serie de momentos del pasado, puntuales, decisivos, y
volver a ellos equivale a asomarse a un precipicio. Un vértigo similar al de oír
la voz grabada de Perec, clarísima, recortada en el aire, que hace creer que
los equipos utilizados eran los más avanzados (como si lo hubieran grabado
después de la muerte.) Esa voz es, asimismo, otra manifestación de su estilo
escrito. Sobre su prosa seca, puntuada por la lógica, apuntaba Italo Calvino:
“Nadie más inmune que Perec al peor azote de la escritura de hoy: la vaguedad”.
Los libros de la buena memoria
La precisión fue un arma que acompañó
a Perec toda la vida, para la escritura y la memoria. Perdió a su padre y a su
madre –polacos de apellido Peretz– en la Segunda Guerra, y si quiso consagrarse
a una misión ésta fue la de dejar huella, trazos, en lo posible imborrables:
“Lo indecible no se agazapa en la escritura, es lo que la ha desencadenado
mucho antes... Durante mucho tiempo esta ausencia de historia me tranquilizó:
su sequedad objetiva, su evidencia ostensible, su inocencia, me protegían; pero
¿de qué me protegían sino precisamente de mi historia, de mi historia vivida,
de mi historia real, de mi historia mía que, cabe suponer, no era seca,
objetiva, ostensiblemente evidente ni evidentemente inocente?” Años después, el
pasado lo premió con apariciones. El texto Me
acuerdo le pasa lista a maravillosos detalles perdidos: “Me acuerdo de un
inglés manco que le ganaba a todo el mundo al ping-pong en el Chateau D’Oex”;
“Me acuerdo del tenis barba: contábamos los barbudos que pasaban por la calle:
15 por el primero, 30 por el segundo, 40 por el tercero y ‘game’ por el
cuarto”; “Me acuerdo del baño que tomaba el sábado a la tarde al volver del
colegio.” Enumerar, catalogar y clasificar hasta la hipnosis, la intoxicación:
“Lo que me fascina en Verne es que es el único escritor, en fin, después de
Rabelais, capaz de ocupar cinco páginas con nombres de peces sin que sea
aburrido. Son las palabras que crean la historia, que la suscitan...” Listas y
listas contra el olvido, la anulación. Retratar una mesa de trabajo, los
lugares donde uno durmió, redactar la nómina de deseos que habría que cumplir
antes de morir.
En un inventario de cosas que le
gustan, Perec arranca así: “Me gusta: los parques, los jardines, el papel
cuadriculado, las lapiceras, las pastas recién hechas, Chardin, el jazz, los
trenes, llegar con tiempos a un lugar, el basilisco, caminar por París,
Inglaterra, Escocia, los lagos, las islas, los gatos...” Entre las cosas que no
le gustan: “las legumbres, los relojes de pulsera, los políticos, los
directores, los subdirectores, los peluqueros, la publicidad, el té, Chabrol,
Godard, la mermelada, la miel, las motos...” Este zurdo corregido que amaba los
diccionarios fue paracaidista durante su servicio militar y trabajó diecisiete
años de documentalista en un laboratorio: “Es esencial que un escritor se gane
la vida fuera de la literatura.” Otra manía del autor de El gabinete de un
amateur era coleccionar, sobre todo rompecabezas. Un pasatiempo que le
recordaba a un autor apreciado: “Michel Butor dice algo así: la escritura es un
rompecabezas al que le falta una pieza, y las piezas que existen son todos los
escritores que te rodean, todo los que te iluminan, estimulan, y la pieza que
falta, que va a acabar el juego, son los libros que harás vos mismo.” Entre sus
libros favoritos se cuentan La verdadera
vida de Sebastian Knight de Nabokov y El
libro de la almohada de Sei Shonagon; el autor determinante para su
vocación fue Malcolm Lowry: “Leo poco pero releo sin cesar, Flaubert y Julio
Verne, Roussel y Kafka, Leiris y Queneau; releo los libros que me gustan y me
gustan los libros que releo, y en cada ocasión con la misma fruición, relea
veinte páginas, tres capítulos o el libro entero: una complicidad, una
connivencia o, todavía más, un parentesco finalmente reencontrado.”
El peatón del espacio
El ping-pong fue su primera y última
actividad física, pero lo que lo mantenía en forma era caminar. Para él, París
es sinónimo de andar, perder el tiempo con sutileza. Existe una estrella que en
su honor que lleva el nombre Perec, pero el espacio que a Perec le interesa es
el cotidiano, puertas adentro y puertas afuera: “Colgué el cuadro en la pared
para olvidarme que había una pared, pero olvidándome de la pared me olvido
también del cuadro.” El extraordinario ensayo Especies de espacios viaja desde el rectángulo de una página en
blanco, a una cama, una habitación, un departamento, un edificio, la calle, la
ciudad. Perec no conoce París como la palma de la mano: París es las líneas de
su mano. En la revista Télérama publicaba unos crucigramas geográficos,
editados luego con el título Perec/rinations, para que los lectores
redescubrieran Paris a través de itinerarios reglados por nombres de calles.
Deambulaciones alfabéticas: emprender recorridos por calles que empiecen con A
y así ir atravesando todo el abecedario, o sólo por calles que empiecen con la
misma letra, o se recorran cronológicamente según la época de los personajes
que llevan el nombre de la calle.
Perec se mudó decenas de veces dentro
de la ciudad y su París, tal como lo filmó en Lugares de una fuga, aparece sembrada de sitios donde se ausentaba
de clases: la infancia como un rosario de planos fijos. A Perec le interesan
los lugares donde uno no debería estar, los lugares que nos eligen de
legatarios. Escribió sobre la calle en la que vivió durante sus primeros años,
rue Vilin, “donde corría con un dibujo de un oso en la mano.” Se embarcó en el
proyecto de escribir durante doce años sobre doce lugares de París claves en su
vida. Cada mes capturaba dos de estos lugares, uno de memoria y otro in situ.
Con Tentativa de descripción de un lugar parisino buscó detallar desde una sola perspectiva, en solo dos días, la
Place St. Sulpice. Ejercicios de observación con el fin de agotar un lugar
“hasta que se torne improbable.” Otro modo de acercarse a lo que Perec llama lo
infra-ordinario: “Cómo hablar de esas
cosas comunes, más bien cómo
acorralarlas, cómo hacerlas salir, arrancarlas de la corriente en la que
permanecen sumergidas, cómo darles un sentido, una lengua: que hablen
finalmente de lo que existe, de lo que somos... Me importa mucho que parezcan
triviales y fútiles: eso es lo que, precisamente, las vuelve tanto más
esenciales que otras a través de las cuales hemos intentado vanamente captar
nuestra verdad.” Incluso contra su voluntad, Perec es de esos escritores que
enseñan muestran, orientan un modo de mirar, de estar presente: “Vivir es pasar
de un espacio a otro haciendo lo posible por no darse un golpe.”
El programa Perec
Es en Especies de espacios donde anuncia el proyecto de su gran novela, La vida instrucciones de uso: “Me
imagino un inmueble parisino al que le arrancaran la fachada.” Construida como
un puzzle, la obra describe cada una de las piezas a la vista y quiénes viven
en ellas. La obra, que le llevó nueve años de trabajo, es todo lo que se ha
dicho: una invención extravagante, irónica, erudita, minuciosa al extremo,
plagada de fabricantes de juguetes, antropólogos incomprendidos, botanistas
fracasados, ciclistas intranquilos, aviadores argentinos. Como a sus
personajes, Perec se exige destrezas casi imperceptibles.
Lo que más se recuerda de Perec es,
además, su primera novela, Las cosas,
que se aventura hacia los objetos y sus usos, “la fascinación de las cosas, la
presión que ellas ejercen”. La ropa, los muebles, la mitología de lo diario
alimentada por sucesivas visitas de Perec a los seminarios de Roland Barthes. Y
han sido muy festejadas sus novelas-proeza,
La disparition (traducida como El secuestro), escrita sin la letra “e”, la
más común del abecedario francés, y Les
Revenentes, escrita con esa sola vocal y ninguna otra. En Las cosas y La vida... Perec recurre al préstamo sistemático de otros autores.
Su biógrafo y traductor David Bellos señala: “Tomar oraciones de un gran
escritor es un acto desafiante; crea un desafío para el lector y a la vez es
una expresión de modestia. ¿Por qué un escritor no puede trabajar como un
carpintero, construyendo un objeto terminado a partir de piezas preparadas para
él de antemano?” Un hombre que duerme,
de hecho, es una novela collage, armada con frases de Melville, Kafka, Joyce,
Barthes, Diderot. Inocente declarado, Perec revela el procedimiento –la
traducción por otros medios– con sus palabras: “Verne y Roussel no hacían sino
recopiar fragmentos de las enciclopedias... Obviamente, mi objetivo no es
rescribir Don Quijote, como el Pierre Menard de Borges, pero sí quiero, por
ejemplo, rehacer mi Melville favorito, Bartleby. Como es imposible escribir un
relato que ya existe, no quería hacer un pastiche sino escribirlo otra vez,
digamos, hacer un Bartleby diferente, bueno, en realidad, el mismo Bartleby,
excepto que un poco más… como si yo mismo lo hubiera inventado.”
La tienda oscura es otra
clase de apropiación, ya que reúne sueños, y se lee como una suerte de
educación oblicua, sentimental. Perec también escribió un breve y exquisito
tratado sobre el Go, juego japonés que admiraba por su mezcla de “suavidad
impasible y sutileza feroz”, y cuyos misterios Perec comparaba con los de la
escritura. No se debería omitir el prodigioso W, o el recuerdo de la infancia,
mitad autobiografía, mitad novela de aventuras. Y su última novela, un policial
inconcluso, que se originó a partir del desafío de escribirla en 53 días, el
tiempo que le llevó a Stendhal redactar La
cartuja de Parma. Algunos lo consideran un maestro posmoderno, pero que
nadie le tema a una irrupción cutánea: nada de lo que Perec escribió huele a
flor de invernadero.
(...)
El domingo 11 de mayo de 1958 Perec
entró a un cine a ver Las vacaciones de
Monsieur Hulot de Jacques Tati. Quince años después probó sus primeras
armas en el cine, que nunca dejó de ser bastante más que una distracción: “Me
acuerdo de Robert Mitchum cuando dice “Children...” en la película de Charles
Laughton La noche del cazador.” Casi
cuarenta años más tarde, el biógrafo de Perec se convirtió en el biógrafo de
Tati, que también murió en 1982.
Y empezaron así a asomar las
correspondencias: “hay un aire de familia entre los juegos que los oulipianos
hacían con palabras, y las restricciones formales y el finísimo humor del arte
cinematográfico de Tati.”
Hay notables casos de escritores
cineastas en Francia: Cocteau, Duras, Robbe-Grillet. Perec filmó Un hombre que duerme, Relatos de Ellis Island y Lugares de una fuga, pero su ojo no
estaba puesto en enlistarse en ese elenco.
Es probable que su muerte haya marcado
un punto de no retorno en la literatura francesa. Para cerciorarse, el lector
levanta la vista. Pasa un hombre con un portafolio mal cerrado. Pasa una joven
con un libro asomando de la cartera. Pasa el autor, es él, Georges Perec, con
aspecto de no haber dormido.